Y al contemplar su vida y hacia dónde lo conducía, decidió que había llegado el momento de cambiar de rumbo
Fue en uno de esos interminables días. El cual siguió a una de esas noches igualmente eternas, justo cuando la gente había encontrado la forma de seguir la fiesta por relevos, asegurando que la rumba no parara, por falta de quien la rumbeara. Parecía que la muchedumbre no crecía, pero tampoco ésta disminuía.
Así estaban las cosas, cuando despertó esa mañana el padre de las hermanas Marroqui. Su cabeza la sentía tan, pero tan hinchada que temía que no pudiera caber por el marco de la puerta.
La mamá se hallaba profunda en su dormir a su lado. Solo ligeros ronquidos la marcaban con vida. El padre la contempló y observó que a pesar de las camionadas de comida que había circulado, ella seguía igual de delgada, si no es que un tanto más.