Y el niño nunca percibió la factura que estaba por detrás del pequeño foco que iluminaba sus noches…
Dos días después, se encontraba placenteramente arribado a la ciudad de Ipiales. Había atravesado más de la mitad de Colombia. Ahora disfrutaba de la satisfacción de haber llegado a la frontera con Ecuador.
La noche anterior durmió en la hermosa ciudad blanca de Popayán. Recorrió contento sus calles y admiró sus bellas e imponentes construcciones coloniales.
Ahora, tocaba adentrarse a un nuevo país desconocido hasta entonces para él y una eminente sensación de aventura se apoderó del viajero, ahora inmerso en su novedoso papel de trotamundos.
Sin problema alguno pasó por los trámites de la frontera. Saliendo de la oficina de la migración ecuatoriana, dio su primer paso en un país diferente al suyo. Al plantar su zapato por primera vez en tierras ecuatorianas, Oscar sintió una fuerte emoción invadir su alma. La sensación fue totalmente gratificante y placentera…
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