Caminaba por la vida con el cuerpo agachado, la mente en alto y sus pensamientos, surcaban los aires
«Diego siempre mostró una habilidad muy especial. ¿Qué le parece mi niña, si le dijera que su abuelo podía leer el cielo, así como nosotros leemos un libro?
Diego no le gustaba leer libros, no Señora. Opinaba que él tenía su propio libro: El libro de su fortuna, escrito en los cielos. Su libro decía mi querido Diego, se reescribía todos los días y contenía todo lo que necesitaba saber para planear sus días y manejar la finca.
Los libros escritos en papel, decía Diego, están muerticos, pues, ya no cambian con los tiempos.