Y en el espejo del dolor ajeno, su alma se encontró reflejada
La abuela Inés representaba una figura muy querida para la pequeña Dora.
Ella poseía una gran capacidad de empatía y sabía tratarla como un alma amiga: ni como niña, mucho menos como adulta (pues no lo era, ninguna de ellas), sino como persona, afectuosamente y siempre con respeto.
Constantemente alegre y cariñosa, la abuela había conocido tiempos muy duros en su juventud; en efecto, conocía el dolor en lo propio y, por lo tanto, era capaz de reconocerlo en los demás.