Y a pesar del concreto que la rodeaba, la flor creció, con una sonrisa, desafió al mundo…
En ocasiones, ciertos gestos de la niña le recordaban tanto a la mamá de Dora: tan parecidas a esa misma edad; ay mija, qué prontico te nos fuiste. En paz descanses…
El lugar favorito de Dora para pasar las mañanas, se encontraba justo al inicio de la subida. Las horas pasaban alegremente, mientras ella absorta en su mundo, jugaba entusiasmada o leía alguno de los libros que siempre cargaba.
Ése era definitivamente su lugar preferido, frente a la casa de la fachada amarilla, sentaba en esos escalones recubiertos con los llamativos mosaicos rojos, tan amplios y acogedores. Los vecinos al pasar, le sonreían y la saludaban cálidamente, pues ellos conocían de sobra, la situación de la pequeña nena.