El forastero se quedó momentáneamente pensativo, mientras daba pequeños sorbos a su cerveza. Más de la mitad de los presentes se había concentrado de pie alrededor de la barra y observaban, también pensativos, al viajero.
El señor cura ya se había instalado en uno de los bancos de la barra, mientras Simón le traía un plato con más gajos de naranja y rellenaba su trago.
Entre la multitud, en uno de esos lapsos de silencio, de los que ocasionalmente llegan a suceder, se escuchó una voz que se preguntaba cómo serían las mujeres de tan lejanos lugares. Sonriendo, el extranjero continuó después de apurar el trago.
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