Fue temprano por la mañana cuando Jean Marie, salió de la ciudad antioqueña de Medellín. Una de esas benditas mañanas, bañadas en la suave luz de un sol antioqueño, incipiente y aún joven. El sol comenzaba su ascenso a los cielos para encontrarse con su destino. Se trataba, ni más, pero tampoco menos, de una mañana típica, de las que suelen suceder en los despertares de esa ciudad. Jean Marie se levantó casi de madrugada, con sueño, sin afán, pero con el cosquilleo de andar los caminos; pues, ese día abandonaba la bella ciudad de la Eterna Primavera.